Se
sentaba frente a mí y la dejaba hablar mientras le servía las copas. Me
entretenía la noche del jueves. Rayaba el cristal de la copa con sus largas
uñas negras.
¿Es
que no ves lo fácil que es? -me decía. Y se balanceaba en la silla-. Les invito
a copas y me entregan hasta su alma. Hago como que los escucho, y así los
clasifico mejor. Tengo la despensa muy ordenada.
¿Y
cómo los preparas? -le preguntaba yo a veces, para entrar en su monólogo-. ¡Oh!
-me respondía-, cuando tengo mucha hambre los hago sólo a la plancha, con algo
de sal y limón. Pero con salsa de champiñones están muy bien. Y hervidos, con
una pastillita de avecrem.
La
verdad -hundía la nariz larga en el vaso- no entiendo a la bruja del
bosque y su manía de comer niños. La pobre ha tenido que hacer una casa entera
de dulce. Como lo oyes. Con lo fácil que es venir aquí y presentarse. Los
adultos se entregan ellos solos. ¡Ay! -se relamía-. ¡Qué gusto!
Echa
hacia atrás la cabeza y ríe. Disimulo el miedo secando vasos. Su risa
cristalina parece hasta inocente.
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