Relatos


El médico y la muerte.
El profesor Alonso Martínez trabajaba de forense en el hospital. Su trabajo consistía en abrir cadáveres, explorarlos hasta deducir la causa de la muerte y escribir largos informes que yo, diligentemente, pasaba a máquina. Sus compañeros de los pisos superiores, los que de verdad se consideraban médicos, temían nuestras investigaciones más que a la misma muerte; pues allí, en aquellos oscuros sótanos llenos de olor a formol, salían a la luz sus negligencias.
-No siempre fue así.

La señorita Virgina.
Fue en diciembre del 85 cuando la señorita Virginia pisó la nieve del colegio por última vez. Tengo compañeras de clase que aún hoy juran que la vieron hacer una bola de hielo y lanzarla al despacho de la directora antes de desaparecer por el camino de la estación.

Adolescencia.
-Espere aquí, por favor. Avisaré al supervisor de que ha llegado.
La secretaria desapareció por un pasillo muy iluminado, dejando al hombrecito recién llegado un tanto abrumado por la suntuosidad del recibidor. Iba a ser un bonito sitio para empezar a trabajar.

Queso de Luna.
Damas y caballeros, buenas tardes. Les he reunido para hablarles de un tema que, todos ustedes, por sus trabajos y dedicación al negocio, les interesará. Verán... El hombre jamás llegó a la Luna, tal y como nos lo han vendido. Y no llegó, y se lo voy a demostrar, por lo siguiente: la Luna, damas y caballeros, la Luna ¡es de queso!

La silla.
El pueblecillo despertó sobresaltado aquella mañana. En el cruce frente al ayuntamiento había aparecido un objeto extraño que alborotó a los más madrugadores, hasta que despertaron a todos los vecinos. El alcalde, todavía en bata y sin desayunarse, ordenó a la policía que acordonara el recinto, y comunicó el hallazgo a instancias superiores.

Elvirica y María Jesús.
Elvirica y María Jesús eran dos criadas que servían en casa de un médico. Era Elvirica una muchacha despierta, muy viva, con muchísima imaginación. Aunque servía a gusto en la casa, no quería quedarse allí toda su vida. Soñaba con aventuras. María Jesús, en cambio, era una chiquilla pava, que hablaba así muy suavito, que no quería salir de casa por nada del mundo y que, al fin, acababa siguiendo siempre a la loca de su amiga.

Las tres toronjas.
Érase una vez un rey que salió de cacería. Al caer la tarde, se separó de sus caballeros y se perdió. En medio del bosque encontró un árbol gigante con toronjas y, como tenía muchísima sed, cogió una y la abrió. De ella salió una niña, toda vestida de rosa: los zapatitos rosas, -señalaba sus zapatillas- los calcetines rosas, el vestidito rosa y el lacito rosa -se tocaba el pelo-. El rey la vio tan guapa que le dijo: 

Luna plena.
El sargento forzó la puerta.
-¡Suelte las armas, está detenido!
Le respondió el silencio. En la habitación las paredes estaban arañadas, los muebles destrozados. El guardia civil se asomó a la ventana. En el camino que se adentraba en el bosque estaban destrozadas las plantas y removida la tierra.

¡Dispárame!
-¡Eres una puta! ¡Zorra!
Gabriela asistía tranquila a la sarta de insultos que le dirigía David. Sentada, una mano apoyada sobre la otra, cruzaba los tobillos bajo la larga falda. A David se le inflaban los mofletes, se le coloreaba la nariz, escupía con cada palabra que pronunciaba.


Gris.

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