Maestros

Maurice Leblanc.
-¿Se niega a andar? –preguntó Ganimard.
-En absoluto. [-contestó Lupin]
-¿Entonces...?
-Depende.
-¿De qué?
-De dónde me lleve.
-A la cárcel, ¡caramba!

W. Harrison Ainsworth.
-¿Quién sois vos, que así destruís mis planes?, ¡canalla!
-¡Vos! ¡Ahora veréis!
Y se oyó una detonación.

Pedro Antonio de Alarcón.
Tal dijo Angustias mirando a don Jorge de Córdoba con angelical arrobamiento.
El pobre Capitán se sintió morir de ventura; un río de lágrimas brotó de sus ojos y exclamó, estrechando entre sus brazos a la gallarda huérfana:
–¡Conque estoy perdido!
–¡Completamente perdido, señor Capitán Veneno! –replicó Angustias

Tirso de Molina.
Solo aquel llamo mal día,
Aciago y detestable,
En que no tengo dineros,

Matthew Pearl.
—Dante, mi querido Wendell, era un hombre de gran dignidad personal, y uno de los secretos de su dignidad era que nunca tenía prisa. Nunca lo hallará impropiamente apresurado...

Alejandro Dumas (I)
Es preciso haber querido morir, amigo mío, para saber cuán buena y hermosa es la vida.

Emilio Salgari.
Su alta estatura, su porte elegante, sus manos aristocráticas, todo le imprimía un sello característico por el que a primera vista se le podría reconocer como a hombre de destacada condición social y, sobre todo, acostumbrado al mando.
Cuando vieron que se aproximaba a ellos, los dos hombres de la canoa se miraron con cierta inquietud, murmurando:

José Malloquí.
Luego volvió la vista hacia el autor del disparo y le vio empuñando un Colt, cuyo maligno ojo miraba recto a su corazón.
–Lamento contradecirle, amigo –sonrió el mejicano, envuelto aún en el acre humo de la pólvora–. No será mi última copa de licor.

Miguel Delibes.
-¿Qué pasa ahora, diputado?
-Pasa, -dijo Víctor con una expresión extrañamente reflexiva- que hemos ido a redimir al redentor.

Oscar Wilde.
-El fantasma existe, me lo temo -dijo lord Canterville, sonriendo-, aunque quizá se resiste a las ofertas de los intrépidos empresarios de ustedes. Hace más de tres siglos que se le conoce. Data, con precisión, de mil quinientos setenta y cuatro, y no deja de mostrarse nunca cuando está a punto de ocurrir alguna defunción en la familia.
-¡Bah! Los médicos de cabecera hacen lo mismo

El Lazarillo de Tormes.

Cuantos deben haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a si mesmos.

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