Mírame,
¿crees que no te entiendo? Sé cómo se te echan las calles encima. Sé como
intentas que no te afecte pero a la vez no quieres que termine. Porque hay algo
bonito en pasar las tardes arrebujada en los recuerdos, ¿verdad? Te dejas
envolver en sus olores y todo está igual que antes.
Y
cuando te destapas de esos recuerdos y sales, fingiendo una sonrisa, se
resquebraja el mundo. ¿No es así? ¿No es verdad que, cuando cantas, se te
quiebra la voz para ahogar el sollozo? La mayoría no te entiende, lo sé, sólo
te miran con lástima. Te ofrecen alcohol para que pase. Como si pudiera, piensas.
Ese vacío que sientes ahora muy pocos lo han sentido.
Algunas
noches, como si te viera, te coloreas los labios para hacerte creer que estás
bien. Pero cuando lo haces te preguntas quién se fijará en ellos, si son labios
tristes. Y si alguien los mira te asoman las lágrimas a los ojos, porque no
es él quien suspira por besarlos.
Créeme:
te entiendo. La alegría del sur y su sol te rebotan en el pecho. Sólo te queda
ya una sonrisa metálica. Has hecho bien en venir. París sin él será como
cualquier otra ciudad del mundo, pero es muy elegante. Créeme, niña, París no
es para enamorados. París es gris.
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