Adolescencia

-Espere aquí, por favor. Avisaré al supervisor de que ha llegado.

La secretaria desapareció por un pasillo muy iluminado, dejando al hombrecito recién llegado un tanto abrumado por la suntuosidad del recibidor. Iba a ser un bonito sitio para empezar a trabajar.

-¡Bienvenido, ingeniero! -el supervisor irrumpió desde la claridad del pasillo y le estrechó fuertemente la mano- es todo un honor tenerle aquí. No se imagina cuánto le necesitamos. Si le cuento lo que sucedió la semana pasada... ¡Cuéntaselo, Rosa, cuéntaselo! ¡No! ¡Mejor no digas nada! No queremos aburrir tan pronto al ingeniero con nuestros problemas, ¿verdad?. Venga, sígame. Le enseñaré el edificio que coordinará a partir de ahora.

El pasillo parecía casi más decorado que el recibidor. En el lado opuesto al ventanal se alineaban despachos con rótulos extensos que el ingeniero no atinaba a leer. El supervisor caminaba a grandes zancadas y el pobre hombrecito avanzaba al trote por no perderlo.

-Tras esa puerta del fondo tiene las escaleras para bajar a los depósitos. Su despacho está allí, junto al control de la presa. Ese será su principal trabajo. Es una presa magnífica, ¿sabe usted? Jamás hemos necesitado un ingeniero. Los hombres la conocen y se apañaban bien. Pero tras las últimas semanas... Las cosas están cambiando mucho por aquí y no sé si... En fin -se secó el sudor de la frente- los de arriba se enfadaron bastante y fui a buscarlo. Me han hablado muy bien de usted, no dudo que tendrá capacidades para manejar todo esto. ¡Oh, mire! -se detuvo bruscamente- Hemos legado a la biblioteca. Tengo que enseñársela, es nuestro mayor orgullo.

-Es su mayor orgullo -repitió Rosa- se la enseña a todos los visitantes. Es realmente grande.

-Es realmente grande -la voz del supervisor retumbaba en las cúpulas metálicas- ¡Quince años! ¿Entiende usted? Quince años de una vida recogidos meticulosamente. Datos, personas, conocimientos, aptitudes... -el supervisor danzaba entre las estanterías seguido apenas por el ingeniero- ...libros, vídeos, música, olores... Recogemos todo, ab-so-lu-ta-men-te todo. No se nos escapa nada. Es una chica muy lista, ya sabe usted. Sobresaliente en el instituto, conservatorio de danza... Me enorgullece pensar que gran parte de ese trabajo lo hacemos mis chicos y yo. Venga, le enseñaré el ordenador central. Nuestro orden no es cronológico, como podría pensar. Pasé varios años desarrollando un algoritmo...

¡UIUIUIUIUIUIUIUIUI!

Una fuerte sirena seguida por señales rojas que parpadeaban desde todas las esquinas interrumpió al supervisor. Los pasos y los chillidos retumbaban en las cúpulas.

-¡Otra inundación, es otra inundación!

El supervisor agarró al ingeniero de la chaqueta y lo arrastró hasta la presa, mientras miles de personas corrían a su alrededor en estampida. El ingeniero observó la instalación mientras la voz de Rosa recordaba el protocolo de emergencia desde la megafonía. El agua salada rebosaba del borde de los depósitos e inundaba el suelo, subía por las escaleras y amenazaba con llegar a los despachos.

En el caos, nadie vió como el hombrecito se libró de la mano y los gritos del supervisor, se quitó la chaqueta y se subió a una silla. Dirigió su voz al techo y declamó:

Olas gigantes que os rompéis bramando 
en las playas desiertas y remotas, 
envuelto entre las sábanas de espuma, 
¡llevadme con vosotras! 

Llevadme, por piedad, a donde el vértigo 
con la razón me arranque la memoria…
¡Por piedad!... ¡Tengo miedo de quedarme 
con mi dolor a solas! *


La madre no entendía por qué su hija, de ordinario tranquila y trabajadora, buena estudiante y bailarina, tiró aquella tarde libros y bolígrafos. La niña, que dejaba de serlo, derramaba lágrimas contra su almohada.

*Rima LII. Rimas, BÉCQUER, Gustavo Adolfo.

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