Señora Ana


-Dime, hijo, ¿qué le pongo?

-Medio kilo de palabras.

-¿Pa qué?

-Para mi madre: es su cumpleaños.

-¡Ah! Pues espere, que se las voy a elegir -la señora Ana desaparece en la trasera de la tienda. En su puerta se van acumulando personas diversas que deambulan entre las cestillas sin atreverse a tocar.

-Toma, hijo -dice cuando reapacere- sigue las instrucciones para ordenarlas.

-¡Muchas gracias! ¿Cuánto le debo?

-Na, hijo, nada. La madre de usted es muy buena persona. Felicítela de mi parte -se gira hacia el fondo del mostrador- ¡Buenos días, profesor! Tengo listo su encargo: aquí van los problemas de matemáticas. Para los de física tendrá que pasarse mañana: las letras griegas son difíciles de hacer.

-No se preocupe, queda casi un  mes para los exámenes. ¿Me prepara la factura?

-Por supuesto. ¿Y usted, qué busca?

-Estaba buscando palabras para un resumen. ¿A cuánto está el kilo?

-Uf... Eso le saldría por unos cincuenta euros. Los sustantivos precisos son muy caros. Los adjetivos los tengo ahora baratísimos, a diez el kilo. Sírvase, están junto a la ventana. ¿Y usted, caballero?

-Yo venía buscando palabras para una página web. Necesito descriptores de RAM... En realidad, todo lo que tenga sobre software y hardware.

-¡Niño! ¡Yo palabrotas no vendo!

Un chiquillo se ríe:

-¡No, señora Ana! Eso son cosas de informática.


-¡Ah! Pues pa eso tendrá usted que esperarse... Por lo menos hasta la semana que viene, que esas palabras hay que importarlas...

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