Sherezade (I)

Primera noche

Francisco Díez era un caminante incansable. Cuando era pequeño desesperaba a su madre porque cada dos días tenía que comprarle nuevos calcetines hasta que tuvo edad para desgastar las suelas de los zapatos. Entonces comenzó a recorrer las calles de su pueblo y las de los pueblos vecinos, y los caminos por los que pasaban las vacas y hasta las piedras por las que saltaban las cabras.

Al cumplir la mayoría de edad pidió a su padre su parte de la herencia y se echó a seguir caminando. Llegó hasta los límites de su país y pasó al país vecino. Y de allí al siguiente y al siguiente hasta que recorrió el mundo entero a pie. Entonces, cuando por fin comprendió que no le quedaba nada por ver, regresó a su pueblo y retomó el oficio familiar.

Pero he aquí que, cierto día de invierno, llamó a la puerta un peregrino pidiendo cobijo. La señora de la casa lo hizo pasar, le preparó algo de cenar y lo sentó frente al fuego. Una vez allí el peregrino contó su historia:

"Aunque me veis aquí, pobre, soy en realidad hijo de reyes. Si he abrazado estas ropas toscas y me he echado a caminar es para que, peregrinando, Dios pueda perdonar mis pecados, que son muchos, y si los cuento es sólo para prevenir a cuántos me escuchan de lo que les pudiere suceder si siguieren mis pasos.
Hace ya diez años, mi padre, viéndose enfermo, nos llamó a todos sus hijos para hacernos una última petición".


Y, de repente, una voz metálica rasga el silencio:

-Por favor, introduzca una moneda para escuchar el resto del relato.

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