Nos metían en la cama apenas el sol se había
despedido. Las tres en la misma habitación. Llegaba ella.
Érase una vez un rey que
salió de cacería. Al caer la tarde, se separó de sus caballeros y se perdió. En
medio del bosque encontró un árbol gigante con toronjas y, como tenía muchísima
sed, cogió una y la abrió. De ella salió una niña, toda vestida de rosa: los
zapatitos rosas, -señalaba sus zapatillas- los calcetines rosas, el
vestidito rosa y el lacito rosa -se tocaba el pelo-. El rey la vio tan guapa
que le dijo:
–¡Ay! ¡Pero qué niña tan
linda! ¿No querrías venirte conmigo a mi palacio, y yo te casaría con el
príncipe, mi hijo?
Y la niña le
respondió:
–Yo me iría, pero llevo mucho tiempo dentro de la toronja.
-todas asentíamos, comprendiendo a la pobre niña- ¿Tienes agua?
–No… si he cogido la
toronja porque tenía sed…
–¿Y tienes pan?
–Tampoco…
–¿Y tienes vino?
–Menos…
–Pues entonces, ¡a mi
toronjita me vuelvo!
Y desapareció.
A las semanas, el rey
volvió a salir de cacería, pero ya no se acordaba de la niña de la toronja, así
que olvidó preparar el agua, el pan y el vino. En el bosque, de nuevo, se
separó de sus caballeros -ninguna pensábamos en lo torpe que era el rey, que
se perdía dos veces de la misma manera- y llegó al árbol de las toronjas.
Cogió una y la abrió. De ella salió una niña vestida entera de azul: los
zapatitos azules, los calcetines azules, el vestido azul -señalaba su bata- y
el lazo azul. Al verla, el rey exclamó:
–¡Ay! ¡Qué niña tan guapa!
¿No querrías venirte conmigo a mi palacio, y yo te casaría con el príncipe, mi
hijo?
Y la niña le
respondió:
–Yo me iría, pero llevo
mucho tiempo dentro de la toronja. ¿Tienes agua?
–¡Ay! No, que me la he
olvidado en el castillo…
–¿Y tienes pan?
–Tampoco…
–¿Y tienes vino?
–Menos…
–Pues entonces, ¡a mi
toronjita me vuelvo! -reíamos ante el gesto desenvuelto de ella, simulando
que volvía a entrar en la fruta.
Y desapareció.
El rey se prometió a sí
mismo que no dejaría más a la niña en el bosque. La noche antes de salir
preparó en su alforja una jarra de agua, una botella de vino y una hogaza de
pan recién hecha. Y al amanecer salió en busca del árbol. Allí, cogió una
toronja y la abrió. De ella salió una niña vestida entera de blanco: los
zapatitos blancos, los calcetines blancos, el vestido blanco y el lazo blanco.
Cuando el rey la vio, le dijo:
–¡Qué niña tan guapa! ¿No
querrías venirte conmigo a mi palacio, y yo te casaría con el príncipe, mi
hijo?
Y la niña le
respondió:
–Yo me iría, pero llevo
mucho tiempo dentro de la toronja. ¿Tienes agua?
–Sí.
Y la niña se bebió la jarra
de agua.
–¿Y tienes pan?
–Sí.
Y la niña se comió todo el
pan.
–¿Y tienes vino?
–Sí. -Y aquí ella
añadía: pero sólo un taponcito, que eres muy pequeña.
Y la niña se tomó un vasito
de vino.
Entonces el rey la montó en
su caballo y salieron del bosque. Al llegar a una aldea, el rey se detuvo, y le
dijo a la niña:
–Espérame aquí, que voy a
ir a mi palacio para recogerte en una carroza, que no está bien que la futura
princesa se presente así en la corte-. Asentíamos. Una princesa no
puede llegar despeinada sobre un caballo. En el coche podría arreglarse y
aparecería guapa ante su futuro esposo.
La niña se sentó en una
fuente a esperar. En esto, llegó una criadita con un cántaro. Cuando se asomó
para llenarlo, vio el reflejo de la niña en el agua y, creyéndose que era el
suyo, exclamó:
–¡Pero qué linda soy! ¡Y
qué piel más blanca tengo! ¿Y yo tan blanca y tan linda voy a ir a por agua a
la fuente? ¡Rómpete cantarito!-. Reíamos. La pobre, no se daba cuenta
de nada, pero como estaba dentro del cuento no la podíamos avisar.
Y lo estrelló contra el
suelo.
Al llegar a su casa le
explicó a la señora que se había tropezado y que, al caer, rompió el cántaro
Pero la señora se enfadó mucho.
–¡Llévate otro! ¡Y que sea
el último!
La criada volvió a la
fuente y de nuevo vio el reflejo de la niña.
-¡Pero qué linda soy! ¡Y
qué piel más blanca tengo! ¿Y yo tan blanca y tan linda voy a ir a por agua a
la fuente? ¡Pues rómpete cantarito!
La niña, que había visto
todo desde el principio, no pudo aguantar más y se echó a reír. La criadita
levantó la mirada.
–¡Ay! ¡Pero si eres tú! Y
yo que creía que era mi reflejo… Y como vuelva sin el cántaro mi señora me va a
pegar… ¡Ay!
Y se echó a llorar. La
niña, que era muy buena, la abrazó y le dijo:
–Vamos, no te preocupes. El
rey va a venir a recogerme en su carruaje y me va a llevar a su palacio con su
hijo. Vente conmigo, y no tienes que preocuparte por tu señora.
Las dos se hicieron amigas
en seguida. Cuando volvió el rey con su carroza, las llevó al castillo.
Pasaron los días, y el
príncipe, la criada y la niña se hicieron muy amigos. Un día, cuando hablaban
en el jardín, se acercó una bruja disfrazada de vendedora. Llevaba alfileres,
peinetas, lazos de mil colores... A la niña le gustó una diadema y la bruja se
ofreció a peinarla. Cuando estaba distraída, sacó un alfiler negro del bolsillo
y se lo clavó en la cabeza. La niña se convirtió en paloma y se escapó volando.
Todos, en el castillo,
estaban tristes, sobre todo el príncipe, que se había enamorado de ella y
quería casarse. El rey, que quería mucho a la niña, se asomaba todas las tardes
al balcón, a ver si volvía. Un día, se le posó una paloma en las rodillas. En
la cabeza tenía una mancha negra.
–¡Huy! ¿Qué es
esto?-. Acariciaba a la paloma imaginaria y tocaba la mancha negra,
pequeñita, redonda. Sacaba la mancha. La mirábamos, expectantes.
¡La paloma se convirtió en
niña!- ¡Oh! Aplaudíamos.
En el castillo se celebró una
fiesta y el príncipe se casó con ella. Y vivieron todos felices y comieron
perdices.
Y colorín colorado, -daba
una palmada- este cuento se ha acabado.
Ala, ¡a dormir!
Me ha encantado .porqe era un cuento qe me contaba mi abuela.gracias
ResponderEliminarMe ha encantado recordar un cuento qe me contaba mi abuela.muchas gracias
ResponderEliminarGracias a ti, María. Mi abuela también nos lo contaba
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